Yo no soy Joyce: Tocar los libros de Jesús Marchamalo

lunes, 31 de mayo de 2010

Tocar los libros de Jesús Marchamalo



Tocar los libros
Jesús Marchamalo


Si Fórcola había editado un libro sobre el placer de leer, en su otra colección, Singladuras, es donde aparece un hermano, pero esta vez sobre el objeto en sí, sobre ese montón de papeles agrupados bajo un nombre y con una cubierta también de papel. Este escrito trata sobre la vida del libro como objeto, su tacto y su forma de llevarlo, pero sobretodo de como guardarlo y lo que estos guardan. De como se forman las bibliotecas de objetos no de palabras.
              "hay que reconocer a los libros una sorprendente capacidad colonizadora"


78 páginas repletas de bibliotecas personales, de anécdotas referentes a ellas y de ese poder que tiene el libro sobre nosotros que los convierte en nuestros amigos y que llega hasta el punto de que, como decía Burton, " el hogar es donde tienes los libros". Un poder que hace que quitar de nuestras baldas libros, por poco que nos gusten, se convierta en algo casi doloroso. Y doloroso también será el momento en el que decidamos darle cierto orden pues nos enfrentamos al como hacerlo. El autor nos da ejemplos de como lo han hecho grandes lectores de la historia y sus enormes decepciones al darse cuenta de las garrafadas que se cometían con ese u otro método.

Lo más importante de este libro es que te arranca esa sonrisa cómplice al leer que los mejores autores de la historia se enfrentaban al mismo problema de espacio y orden que uno mismo. En un tono simpático Marchamalo te pone esa sonrisa en la boca y alguna que otra vez una carcajada con esas anécdotas que rodean al objeto libro.

Tocar los libros, que se lee apenas en una hora, posee esa gota de autenticidad y de realidad que hace del libro algo que por mucho que se quiera jamás podrá ser desplazado para muchos de nosotros por la "cacharrería" que hoy en día se proclaman asesinos del libro. Tocar el libro representa para los amantes de los libros un aliciente más, tenerlo junto a nosotros y compartir momentos de nuestra vida convierte a cada volumen de nuestra biblioteca en defensores y recepetores de miles de recuerdos, cuando no los evocan ellos mismos.  Ese es el valor que lo digital jamás podrá arrebatarle al objeto. Y parece ser otra declaración de intenciones de el editor: a pesar de donde mire el futuro, hay cosas del pasado que deben seguir presentes.

Una pregunta que plantea el autor y que quiero que vosotros también os lo planteeis es:
¿Para qué conservar libros que sabemos que nunca vamos a volver a leer, que probablemente nunca volvamos a necesitar?

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