Cuando por fin dejó a ese restodevida sus ojos brillaban con la esperanza de poder encontrar una pieza de verdad, un trozo que le demostrara que la leyenda llamada "La Decadencia de los Dioses" había ocurrido en realidad y no era un cuento que las viejas contaban a los pequeños aldeanos sugestionables a cambio de un lugar para dormir y algo de comida, suficiente para aguantar hasta el próximo pueblo del que harían presa.
Su padre siempre había intentado hacer de él algo de lo que sentirse orgulloso, pero nunca lo consiguió, y nunca se sintió orgulloso por nada de lo que hizo su hijo. El poder enseñarle algo de valor ahora haría que por fin mostrara algún sentimiento hacia él, por muy tarde que fuera. El señor del castillo era poderoso, un valeroso guerrero, diestro en el manejo de todas las armas, un sabio y recto juez de sus tierras, un buen compañero de armas y de fiestas, pero había demostrado ser un padre, no malo, pero no a la altura de lo que se esperaba, y eso era para él motivo de vergüenza, una vergüenza que terminó alejando a padre e hijo el uno del otro. Al final para intentar demostrarle al padre que lo que en su hijo invertía su vida no era algo de lo que avergonzarse y casi tan importante como las batallas que se ganaban, este se marchó del castillo en busca de la historia más importante del país, para estudiarla y ponerla en los libros de las grandes bibliotecas del reino.
Frente a la cueva, frente a la sorpresa que le deparó su destino, sus ojos perdieron la luz y se llenaron de lágrimas y una absoluta desesperación recorrió su alma. No había nada. Había seguido las instrucciones del viejo, paso a paso, comprobado en cientos de mapas cual era la situación exacta de esta cueva, pero nada, no había nada. Se dejó caer de rodillas, y empezó a llorar. El cansancio y la tristeza le cerraron los ojos.
Al despertarse por el frío había anochecido. Sacó una piel de oso de la bolsa se cubrió con ella y se adentró en la cueva, sacó lo que le quedaba de comida y lo devoró. Ya no le importaba volver, ¿para qué?, había fracasado en su objetivo y su padre seguiría esquivándolo para no tener que mantener una postura de padre que detestaba en su alma. Empezó a recordar su sueño. Su madre se le acercaba, como siempre lo había hecho antes de acostarlo, con un tazón humeante, y una historia que lo distrajese, pero que también consiguiera sacar el coraje y la valentía de su padre que parecía tan esquiva a ese chico tan enjuto y enfermizo. Historias de grandes héroes y increíbles batallas entr el bien y el mal.
Un ruido sonó a los lejos, y el historiador agudizó sus sentidos, era un sonido continuo, como de pasos. Al poco distinguió una luz en las faldas de la montaña, una luz que poco a poco iba aumentando. El miedo a que fueran asesinos o bandidos lo mandó al fondo de la cueva y se ocultase entre sus pieles. Los pasos aumentaban, pero era de una sola persona, aun así prefería seguir en las sombras. Espero que esos pasos siguieran su camino, pero no lo hicieron. Pudo ver como una sombra aumentaba a la luz de la luna y cubría toda la cueva, no veía bien, pero parecía una persona mayor, no anciana, pero rondaba una edad en la que en las aldeas dejaría de trabajar para ayudar con su sabiduría, a dirigir la aldea, en el Consejo.
- Levántate y deja de esconderte- bramó con una potente voz. - ¿Crees que no sé que hay o deja de haber en mi cueva para que intentes engañarme con una piel?
Con movimientos torpes consiguió levantarse y se inclinó en señal de respeto.
- Perdón, no creí que nadie viviera aquí, soy un simple historiador que buscaba algo.
- Y, ¿Qué puede buscar un estudioso dentro de una cueva?-la ironía en la voz del viejo produjo daño en el pobre muchacho.
- En una aldea más allá de las montañas me contaron que aquí encontraría restos sobre un acontecimiento que ocurrió hace miles de años.
- Pues joven, lo único que hay aquí soy yo y como ves no es nada especial.
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