Las palmeras salvajes
William Faulkner
Sin duda este autor no necesita presentación y esta obra, traducida por Borges, poco más necesita para que la leas. Pero eso sí, hay que advertir al que vaya a leerlo que es una lectura difícil y extenuante.
Esta novela está formada, a su vez, por otras dos: Las palmeras salvajes y El viejo. Parece ser que Faulkner comenzó a escribir Las palmeras pero tras el primer capítulo pensó en otra, la que sería El viejo, y tras terminar esta, como Palmeras le llamaba a seguir escribiéndola volvió y así creó esta interesante obra. Las palmeras salvajes narra la historia de dos amantes que intentan buscar su sitio en el mundo, pero no el mundo del resto de las personas, sino el suyo propio, uno para ellos mismos, en el que escapar de las miradas críticas de los demás, pero habrán de luchar también contra ellos mismos y sus propios miedos.
El viejo habla sobre el Missisissipi, como lo llamaban y lo llaman los americanos (aquí deberíais recordar la canción Old man river) que en1927 provocó un enorme desbordamiento en todo su cauce e increíbles inundaciones. Por ellas un grupo de reclusos son enviados a ayudar en tareas de rescate. En una de ellas un preso desconocido debe intentar sobrevivir tras quedarse sólo con una mujer y buscarse la vida para volver, su única intención.
Ambas novelas tratan sobre la soledad, lo difícil que es alejarse de ella una vez que se ha caído en sus manos, pero sobre todo habla del destino, que es mucho más poderoso que nuestros deseos. En las palmeras salvajes los dos amantes intentan ser felices e intentan convencerse de que abandonar al marido, los trabajos bien remunerados y la seguridad de un hogar es una buena decisión para vivir juntos, pero no lo conseguirán y los remordimientos y la infelicidad estará presente a lo largo de su camino. Faulkner parece querer decir que si el destino no lo ha querido así poco puede hacer uno contra ello. En El viejo es el río ese destino que guía sin importar los esfuerzos que haga uno contra la marea, que tiene una fuerza colosal que nos empujo como simples embarcaciones que no pueden hacer más que no chocar y seguir el camino preestablecido.
Es una obra complicada de leer que exige del lector los cincos sentidos, un esfuerzo constante y una concentración a prueba de bombas, pero sobretodo tiempo, tiempo para poder echar hacia atrás y recapitular lo leído y, parafraseando a Pennac, tiempo para dejarlo aparcado y coger otro libro.
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