Yo no soy Joyce: Sentado en una silla

viernes, 22 de enero de 2010

Sentado en una silla

Estaba sentado, paralizado por el miedo. Me habían avisado de que esto pasaría, pero aun así no estaba preparado. Me iban a obligar a que lo dijera todo, toda la información que tenía. Ni siquiera estaba seguro de poder aguantar la presión, me temblaban las piernas y un sudor frío recorría mi espalda. Me derrumbaría seguro. Cuando me advirtieron intenté preparar todo tipo de respuestas a sus preguntas, hacer un esquema mental con todas las posibilidades de forma que lo hiciera como ellos esperaban que lo hiciera. Estar preparado.

Estaba sentado, asustado. Él entró por la puerta. Lo conocía de antes. Era alto y delgado, con un color de piel tan gris que demostraba que no salía demasiado a la calle. Su pelo plateado era mejor que cualquier medalla, era su marca distintiva. Cuando te miraba con esos ojos también grises sentías como se te helaba la sangre. Así entró él, con su chaqueta gris con la que parecía haber nacido sabe dios hace cuanto tiempo. Se decía que era el peor, el más duro, que no tenía alma. En ese momento empecé a saber por qué. Estaba seguro de que no podría aguantar mucho tiempo.

Se sentó y empezaron las preguntar, a exigirme todo lo que sabía, toda la información que necesitaban. Y no aguanté demasiado, sinceramente creo que no pude aguantar siquiera la idea de empezar con mis argucias, preferí dejar la mente en blanco y que ellos accedieran sin problemas a mis conocimientos. Contesté a todas y cada una de sus preguntas, sin engaños, el lobo de ojos grises hubiera advertido cualquier engaño que hubiera querido llevar a cabo simplemente con observar el movimiento de una mano.

Cuando peor me sentí fue cuando me obligaron a firmar el papel con todos los datos y números que les había facilitado. Mis señas serían las que me delatarían ante todo el mundo. Yo fui, fue mi culpa, yo lo dije todo. pero que más daba ya, ¿verdad?¿¿verdad??

Cuando me dejaron sólo repasé todas las respuestas, todas las que conseguía recordar, ya que había espacios de mis recuerdos a los que ni siquiera yo quería entrar, prefería dejar que el tiempo los borrara lo antes posible. Fui recreando, pregunta a pregunta, todas las respuestas que yo había dado, fijándome en el monstruo gris, para saber si era lo que ellos esperaban. Cada respuesta era una tortura, ¿lo había hecho bien?, ¿era correcta esa o hubiera sido mejor otra? Ahora que estaba sólo el valor apareció diciéndome que podría haber hecho uso de mis trampas, pero ya era tarde, demasiado tarde.

Unas semanas después me enteré del resultado de mi prueba: un 6,75 en matemáticas.

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